SARA ZARZA. No puedo soporta el peso. Creo sinceramente que
de caer de frente no sentiría el golpe. Las paredes de mi habitación
se me hacen estrechas. Nada que hacer, siempre lo he dicho.
Escribir
Escribir
por segunda vez.
Escribir
hasta que vuelvan a su sitio.
La
ventana está abierta porque en caso de cerrarla juro que me ahogaría
en mi propio veneno. Es realmente fascinante. La sola idea de
imaginarla a ella hace que incluso ese detalle se minimice. Hasta mi
veneno, frío y paralizante, se vuelve beneficioso si es ella la que
está ahí.
Pinchada
en la pared, con una puntilla en la cabeza.
Qué
decir de ella.... es perfecta.
Antes
abría los ojos. Cuando lo hacía, mi mirada se iluminaba con la mía.
Era marrón, color chocolate, como esos que compartíamos en invierno
en algún rincón de Madrid. Ahora no habla. Debe tenerme tirria.
Odio.
¿No
odiarías al ser que te ha quitado la vida?
Ella
ni siquiera ha gritado. Qué buena es. Qué bonita. Qué perfecta.
—
¿Sabes
algo?— Digo, como si ella aún pudiese oírme. La veo sonreír en
mi mente, únicamente— Creo que te quiero.
Creo
que la quiero. Creo que si no abre los ojos y me mira no solo las
paredes, sino el techo, la casa al completo, acabará por caérseme
encima. Maldita impotencia. Tiene carita de ángel después de todo.
Después de todo. Qué expresión más... profunda.
Después
de todo, princesa.
La
llamo princesa. No viste como tal. Nunca lo ha hecho, esa es la única
espina que me queda clavada dentro. Aunque no necesitaba verstirse
como tal para serlo. Para mí. Para mí, con solo verla. Con solo
saber que seguía ahí.
Con
solo oírla respirar en mi mente...
Respiraba
como una verdadera princesa.
¿No
se mueve? ¡No se mueve!
Creo
que fue mala idea tratar de impedir que se fuera. Solo dijo "ahora
vuelvo" y creí que iba a perderla. Con su delantal en la
cintura y su bandeja de pastas a falta de una horneada en las manos.
Creí que me dejaría. Creí que correría tan rápido como sus
piernecitas le permitiesen. Creí que ella se quedaría con esas
pastas. Creí que las prefería antes que a mí.
Ahora
sé por qué no abre los ojos. Por qué no me mira. Por qué ya
apenas respira. Pobre sangre. Pobre sangre saliendo de ella como si
quisiera escapar de mí. Podría hacerle daño a su sangre. Podría
clavarla con puntillas a la pared. Podría gritarle que la quiero
después de asegurarme de que ella ya no pudiese oírme.
Es,
en momentos como estos, en que me arrepiento de ser escritor. Es, en
momentos como estos, en que me arrepiento de ver las cosas más allá
de la realidad. Más allá de las palabras. Ahora no sé cómo
usarlas.
Ahora
no sé como decirle que la quiero sin que me destroce.
Quiero
que me oiga.
Que
me oiga.